El humo del cigarro se abría paso entre las gotas de lluvia de primavera que comenzaban a caer....
Ella se lo había advertido la última vez, si, definitivamente se lo había advertido-pensó. Mientras sus manos se hundían una y otra vez en la tierra cada vez más barrosa.
Como pudo lo arrastró hasta el final del patio y, bajo el naranjo, el mismo donde él le prometió tantas veces que cambiaría, y sin otro testigo que el gordo gato de la vecina, lo empujó al hoyo que con sus propias manos había cavado. Los ojos aún abiertos reflejaban los de ella, la miraban como pidiéndole una explicación.
Pero ella se lo había advertido, aquella sería la ultima vez que el muy hijoputa le pondría la mano encima. Caminó tambaleándose hasta el cobertizo, sacó una bolsa de cal, mientras sentía su tibia sangre correr por su mejilla derecha mezclándose con lágrimas que brotaban fuera de su control. No eran lágrimas de dolor, eran de alivio. Si, de alivio- se repitió, una y otra vez. Vació el contenido de la bolsa, y cubrió el cuerpo de barro hasta que el rostro se perdió.
Ella se lo había advertido la última vez, si, definitivamente se lo había advertido-pensó. Mientras sus manos se hundían una y otra vez en la tierra cada vez más barrosa.
Como pudo lo arrastró hasta el final del patio y, bajo el naranjo, el mismo donde él le prometió tantas veces que cambiaría, y sin otro testigo que el gordo gato de la vecina, lo empujó al hoyo que con sus propias manos había cavado. Los ojos aún abiertos reflejaban los de ella, la miraban como pidiéndole una explicación.
Pero ella se lo había advertido, aquella sería la ultima vez que el muy hijoputa le pondría la mano encima. Caminó tambaleándose hasta el cobertizo, sacó una bolsa de cal, mientras sentía su tibia sangre correr por su mejilla derecha mezclándose con lágrimas que brotaban fuera de su control. No eran lágrimas de dolor, eran de alivio. Si, de alivio- se repitió, una y otra vez. Vació el contenido de la bolsa, y cubrió el cuerpo de barro hasta que el rostro se perdió.
Durante los siguientes días tuvo miedo, miedo de que alguien la hubiese visto, miedo de que alguien lo buscará demasiado, miedo de que el olor la delatara. Por suerte para ella, nadie, salvo el gordo gato de la vecina la había visto; nadie lo buscó demasiado, y el naranjo floreció, llenando con su aroma los espacios que él alguna vez ocupó.