El doctor se acercó lentamente a mi cama y, como escogiendo sus palabras dijo: Muchacho, lo siento, no tienes signos vitales desde hace veinte minutos. No hay nada más que hacer.
- Ya me parecía que esas máquinas estaban demasiado silenciosas- dije.
Como ya no me quedaba nada más que hacer ahí, me vestí, me despedí de todos y salí, no sin antes regalarle los pocos cigarrillos que me quedaban al canceroso vecino de la cama de al lado. Me paré en el marco de la puerta y agitando la mano grité a toda voz: Puta cabros, nos vemos!!!( una de las ventajas de estar muerto es que ya no necesitas ser politicamente correcto).
A la salida del hospital enfilé mis pasos al centro de la ciudad, al poco andar y, por azar del destino encontré lo que sin saber buscaba. Toqué la puerta rogando a mi suerte que fuera Ella quien la abriera, golpeé una, dos, tres veces y nada, me dí vuelta con la desesperanza a cuestas cuando la vi ahí, observándome, como quien no quiere dar crédito a lo que ven sus ojos(yo tampoco lo daría). Estaba más linda que nunca, su pelo negro coqueteaba con el viento y sus ojos brillaban como siempre. Me acerqué, tomé su cara entre mis manos y la besé como si se me fuera el alma en ello, le dije que la amaba con todo mi corazón, y que sentía todo lo que la hice sufrir, y que si tuviera otra vida sin dudar la compartiría con ella; la besé nuevamente y me alejé para siempre...
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